La danza de los negros

Cuando se llega al baile y danza de los negros, no queda más remedio que confiar en la capacidad del lector para comprender las sutilezas y profundidades de lo que puede ser lo más humano y bello como expresión. La danza para mí, es movimiento, y casi de su sentido de expresión se anticipa al sonido o música. Es, por tanto, lo más natural en el hombre, y como el sonido-música, puede llegar a tocar o exponer los más hondos y misteriosos sentimientos del hombre. La danza estuvo presente en todas las ceremonias religiosas antes del cristianismo. Los antiguos sacerdotes danzaban desnudos para expresar mejor con el cuerpo sus sentimientos y deseos que, naturalmente, no siempre son condenables, aún dentro del espíritu cristiano. Recordemos al Rey David, danzando desnudo frente a lo que sería una especie de tabernáculo.
Es pues, la danza, algo metido dentro de lo que llamamos belleza o expresión, o las dos cosas; medio para comunicar los más excelsos deseos, las más apremiantes angustias. Además, la danza comprende las gamas más amplias, desde el simple movimiento de un dedo, de los ojos, de una mano, hasta el paroxismo total del cuerpo. Los griegos podían sintetizar las más sublimes emociones por medio de la danza. Recordemos cómo inicia sus grandes éxitos el célebre Sófocles, quien a los 16 años dirige el coro de danzarines para celebrar el triunfo en la batalla de Salamina. Seguramente fue el gran coreógrafo, aunque otras versiones lo señalan como el danzarín solista, encargado de celebrar tal victoria. Para los griegos la danza comenzaba en la escuela, que tenía el coreógrafo y los profesores de música.
Quién sabe cuántas angustias demostrarían los negros esclavos por medio de la danza. Uno de los errores comunes es la malinterpretación de sus danzas en las cuales, posiblemente, debido al complejo que se tiene después del cristianismo en relación con el cuerpo y sus movimientos, solo se ve lo sexual, sensual, erótico y vulgar. Nada más lejos podría hallarse en la mente de los negros, que aún en lo sencillo, sólo buscan o encuentran el goce del ritmo, del movimiento. Es como si a las melodías de origen ambrosiano, otras culturas principiaran a tildarlas de neuróticas, pesadas, o eróticas, por no saber que eran medios de comunicación con Dios, oraciones cantadas. Pero no idealicemos tanto y dispongámonos a ver sus bailes. Dice el capitán Didacio de la Cruz Arzona: «Los negros bailaban toda la noche alrededor de sus muertos con tambores y tenían otros ritos y supersticiones; el Padre Claver iba al Obispo a pedir decretos y también salía él mismo a la calle, turbaba de improviso esas asambleas amenazándoles a veces con el látigo y arrebatando sus viandas y preparadas para el sacrificio nocturno».
La cultura negra ha penetrado en todos los sectores colombianos que ahora bailan y danzan la música negra. El jazz y la música del Caribe, negra e indígena, se escucha y se goza en todo el mundo. (Fotografía Luis Antonio Escobar)
«Iba a presenciar a veces sus bailes, y les dejaba si eran modestos; cuando no, recurría al lenguaje que entendían dada su simplicidad y su autoridad. Sacaba de debajo del manteo unas disciplinas, y con ellas en una mano y en la otra un crucifijo de bronce que alzaba en la mano. Los negros veían entrar a su querido Padre como si hubiese entrado un toro muy fiero, a veces cogía uno de los tambores por grande, grueso y grave que fuera y se lo llevaba a alguna tienda donde le tenía en rehenes y no lo devolvía hasta que hubieren pagado por su rescate dos reales que dedicaba a los leprosos de San Lorenzo.
Lo de la «asamblea» pudiera significar, que se celebraban danzas o bailes de rituales en los cuales participan de manera mística todos los «fieles». Lamentablemente no hay pie para fijar conceptos sobre posibles pasos y movimientos. De todas maneras, las anteriores citas, sugieren gran cantidad de danzarines, pues de otra manera no tendría que utilizar ademanes tan ostentosos, levantando la mano con el crucifijo. En cuanto al tambor, no importa el tamaño, peso y lo «grave» que fuera, también nos sugiere que podía escoger entre varios. Es seguro que tuvieran muchos y de diversos tamaños.
Especialmente atractivos, o ruidosos -aunque nuestro siglo se gana el premio en atormentar con el ruido-, debieron ser los bailes de los Guineos, apreciados por los españoles por ser buenos trabajadores y de quienes decían, «que tenían gran ingenio, que eran alegres de corazón y muy regocijados».
«Cuando lo toman a propósito es cosa de tanta algazara y gritería y con modos tan extraordinarios e instrumentos tan sonoros, que hunden a voces cuantos los alcanzan a oír, sin cansarse de noche ni de día…». Algo de esto queda todavía en la bulliciosa Cartagena pero sin los instrumentos propios. También se dice que «usaban vihuelas que se asemejan a las nuestras, con cuerdas de carnero, toscas y a su modo, y hay entre ellos muy buenos músicos». Lo de las cuerdas de carnero, eran tripas de carnero retorcidas. También se usaban de tripa de gato, que eran muy apreciadas.
Afortunadamente, para bien de los gatos, ahora existe el nylon. La vihuela, era, sin lugar a dudas, de origen español. Las danzas tuvieron, casi con seguridad, un carácter improvisatorio y por lo tanto, patrones muy disímiles, inclusive locativos. Pero para ellos, para los negros, no importaba el sentido occidental de la uniformidad, de la cimetría, y menos, de la exhibición del cuerpo para fines de lucro… Ellos gozaban y gozan con el sentido precioso de la variedad del ritmo, sus acentos, quiebres, síncopas y movimiento del cuerpo como algo grácil.
En cuanto a la improvisación, también en el occidente, en la cultura derivada de los griegos, existe un sentido de perseguir la unidad y más que de improvisación se debería llamar, de variación. Es como los famosos Impromptus o Improvisaciones de Franz Schubert, que se convierten en verdaderas joyas monotemáticas, profundamente cohesionadas. En cambio, en los negros parece que sí se cumplía el carácter de improvisación. «Una mañana llegó la pobre vieja y anunció en casa entre sollozos y lágrimas que su hija, madre de la chica, había muerto; tomo a poco a la nieta de la mano, y cogiendo una mazorca de maíz que halló al paso, se dirigió al último patio de la casa seguida a distancia por nosotros; luego la vimos llegar al centro del mencionado patio y colocando en el suelo la espiga, dio principio, llevando siempre de la mano a la muchacha, a una danza muy extraña de muy pausados movimientos, dando siempre frente al centro del círculo en que giraban; aquella danza singular iba acompañada de un lúgubre canto en voz baja, lágrimas y comprimidos sollozos».
Esta narración más o menos reciente, prueba cómo el hombre blanco ha perdido el sentido de la improvisación. Todo se le reprueba si lo exterioriza. La educación de los niños comienza por toda clase de inhibiciones y prohibiciones, que terminan por acabar el sentido de improvisación, de expresión de los más caros y bellos sentimientos. Qué hermoso, si pudiéramos danzar de dolor a la muerte de un ser querido, si sacáramos nuestra tristeza en vez de reprimirnos o simplemente de llevar vestidos negros y entregarnos al llanto como única solución.
También he sido testigo de danzas negras en grupos, basadas en coreografías sencillas pero precisas y de gran tensión. También, negritas ancianas me tomaban de la mano para bailar el «currulao», y confieso que nunca he sentido un «ethos», un ambiente, un espíritu -no sé cómo explicarlo-, de mayor exquisitez. Aquellas negritas bailaban como si lo hicieran pisando nubes o algodones. Llegamos, como al comienzo de este tema, al momento en que, no bastan las palabras, pues considero que la danza y la música, como la poesía, van más allá de lo común, trascienden y ahondan.